04 diciembre, 2006

INVASIÓN DE SILENCIO


“Sólo cuando hay silencio se puede comenzar a escuchar”. Entrar en el mundo del silencio por medio de la imagen, resulta ser una de las mejores experiencias para el espectador que acude al cine una tarde lluviosa de sábado. Entrar en el mundo de la Cartuja, contemplar rostros de personas como tu, pero que resultan ser monjes metidos de por vida en un monasterio para vivir en silencio y contemplación el resto de su vida, resulta cuanto menos alucinante y reconfortante. Conectar con la presencia de Dios en una sala de cine supone, hoy en día, uno de esos regalos sorpresa que la vida concede.

El Gran Silencio, la película documental del director alemán Philip Grönning no puede dejar indiferente a nadie. Película fruto de la paciencia de un joven productor de cine que ha esperado 16 años hasta que los monjes le avisaron y le llamaron diciéndole “ya estamos listos, puede venir” (ha tardado 21 años en completar el proyecto).

Paisajes maravillosos en los Alpes, rostros incómodos ante una cámara, hábitos y capuchones blancos, rústicos trabajos, huerto, cocina, oración, canto gregoriano, silencio, noche, día, sonidos de la naturaleza, agua, pájaros, nieve, flores, arroyos, capilla, una luz roja en medio de una pantalla negra mostrando la luz de Dios en el Sagrario, jóvenes aspirantes a la vida monástica en pleno siglo XXI, ancianos monjes, estudio, libros, risa, conversaciones y paseo una vez a la semana, rostros y cuerpos marcados por el sufrimiento con el pasar de los años, caridad del monje compañero con el monje invidente, declaraciones llenas de verdad y de Evangelio, gotas de agua, bodegones, celdas de madera, pies descalzos en pleno invierno, montañas de nieve, textos de los santos padres, imágenes de santos, flores a los pies de cualquier estatua de la Virgen, miradas limpias, paz, asombro, amor, soledad y búsqueda. Son algunas de las cosas que uno se encuentra al ver la película.

Tres horas de película en silencio interrumpidas por sonidos de la naturaleza, cantos gregorianos de día o de noche, por campanas, sobretodo la campana de las tres de la tarde donde el monje se arrodilla y ora esté donde esté haga lo que haga, ya sea en el campo, en el huerto, en la celda, en la montaña. Una película que sobrecoge por su transparencia, sencillez, el hombre sólo ante Dios. Toda persona puede verse reflejada en cada uno de esos hombres, no obstante una de las frases que aparecen en la película decía: El silencio: “Dios habló con su Palabra al hacerse hombre como los hombres”.


Primero «pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas; pero no estaba Yavé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto, pero no estaba Yavé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yavé en el fuego. Tras el fuego, vino un ligero y blando susurro. Cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto», porque Dios estaba pasando, Dios estaba en el ligero y suave susurro. Dios, rico en misericordia, no habla mediante la fuerza, sino con palabras pronunciadas en voz tan baja que sólo se pueden escuchar con el corazón.